sábado, 27 de febrero de 2016

El huerto (cuento macabro)

El tío Gonzalo vivía al final de un pequeño pueblo, frente al cementerio.
Nadie entraba en su viejo caserón, sus puertas y ventanas estaban siempre cerradas.
Era un hombre viejo, muy alto y fornido, con el pelo gris y su cara surcada de arrugas.
En su boca jamás nadie vio una leve sonrisa.
La huerta que había detrás de su casa estaba llena de árboles frutales, y a comienzos del verano de sus ramas colgaban excelentes frutos, los más grandes y sabrosos de todos aquellos campos que rodeaban al pueblo.
Mis amigos y yo no podíamos aguantar la tentación y nos adentrábamos en su huerto a robarle algunas frutas, pero siempre con el miedo a flor de piel, por el pánico que nos producía el tío Gonzalo si nos descubría allí.
Yo hoy, con el paso de los años, pienso que sus frutos eran los más sabrosos y más grandes, porque los árboles eran abonados con los huesos de los muertos, de los que él era el sepulturero. Esas maravillosas frutas eran alimentadas por la muerte.
Los vecinos cando visitaban el cementerio solo estaban ante unas tumbas vacías, el verdadero cementerio se había trasladado al huerto del tío Gonzalo.



Autor: Narciso del Río

sábado, 9 de enero de 2016

La fuente de las palomas (cuento de terror)





Los blanquecinos jérguenes casi devoraban a la llamada Fuente de las Palomas.
Solo la separaban de sus poderosas púas un angosto camino, con el que se llegaba a ella y a su menguante caudal, que en pleno verano se reducía a un par de gotas de agua, las cuales formaban un pequeño charco.
Y los arbustos con sus largas agujas, solo deseaban succionar la escasa agua.

Después de subir la empinada loma, antes de llegar al Camino Real, se encontraba la única fuente donde saciar mi sed, ya que hasta el pequeño pueblo al que me dirigía   me separaban aún bastantes leguas.
A esta hora bajo el intenso calor, solo deseaba alcanzar  la pequeña fuente.
Ya veía el estrecho sendero que me llevaría hasta la poca  agua.
Con los labios resecos del polvoriento camino,  me adentre en el.
Apenas había espacio para una persona, y los plateados aguijones intentaban arañar mi sudorosa  piel. Al final bajo una gran roca se encontraba el exiguo manantial. Algunas avispas revoloteaban a su alrededor.
Sorbí con avidez la poquísima agua. Apenas caían unas gotas de  la húmeda piedra.
Al girarme para salir de nuevo al camino, vi un enorme perro negro con su jadeante boca entreabierta.




Parecía como si esperase su turno para beber.Sus grandes fauces, me producían gran inquietud.
Al tiempo que me dirigía a la salida, el poderoso mastín se acercaba exhausto a la seca fuente.
Cuando ya me encontraba a escasos metros del Camino Real distinguí un rumor en el aire, y, al volver la cabeza solo me dio tiempo a vislumbrar unos amarillentos colmillos que se acercaban a mi garganta.
 El oscuro animal  saciaría su sed por fin con mi sangre.


Narciso del Río


jueves, 7 de enero de 2016

La mula (cuento macabro)



La mula

La pequeña y nerviosa mula era maltratada y vejada por su dueño, que mas bien parecía su enemigo. Después de transportar una pesada carga y antes de llevarla a la cuadra fue una vez más apaleada por cualquier motivo. Pero esta vez se defendió y doblando su largo cuello mordió a su verdugo en un hombro, produciendole una gran herida con sus formidables dientes.

El hombre tubo que ir a curarse la herida lleno de rabia pero con la firme idea de volver y continuar moliendo a palos a la pobre bestia.

Mientras tanto su lengua saboreó la sangre que había manchado sus grandes labios y sus enormes dientes. Le gustó el sabor a sal y hierro, se parecía bastante a la verde hierba solo que con otro color.

Mordió a una cabra  y le gustó, pero no tenia el sabor del hombre.
Esperó. Sabia  con toda seguridad que vendría a completar su castigo y esta vez después del mordisco  con más saña.

Cuando  llegó no le dio tiempo ni a levantar la vara,  la mula ya le había mordido en el cuello desgarrandoselo. Con el hombre ya en el suelo, el animal volvió a probarlo y sació su apetito.


Narciso del Río