Los blanquecinos jérguenes casi devoraban a la llamada Fuente de las Palomas.
Solo la separaban de sus poderosas púas un angosto camino, con el que se llegaba a ella y a su menguante caudal, que en pleno verano se reducía a un par de gotas de agua, las cuales formaban un pequeño charco.
Y los arbustos con sus largas agujas, solo deseaban succionar la escasa agua.
Después de subir la empinada loma, antes de llegar al Camino Real, se encontraba la única fuente donde saciar mi sed, ya que hasta el pequeño pueblo al que me dirigía me separaban aún bastantes leguas.
A esta hora bajo el intenso calor, solo deseaba alcanzar la pequeña fuente.
Ya veía el estrecho sendero que me llevaría hasta la poca agua.
Con los labios resecos del polvoriento camino, me adentre en el.
Apenas había espacio para una persona, y los plateados aguijones intentaban arañar mi sudorosa piel. Al final bajo una gran roca se encontraba el exiguo manantial. Algunas avispas revoloteaban a su alrededor.
Sorbí con avidez la poquísima agua. Apenas caían unas gotas de la húmeda piedra.
Al girarme para salir de nuevo al camino, vi un enorme perro negro con su jadeante boca entreabierta.
Parecía como si esperase su turno para beber.Sus grandes fauces, me producían gran inquietud.
Al tiempo que me dirigía a la salida, el poderoso mastín se acercaba exhausto a la seca fuente.
Cuando ya me encontraba a escasos metros del Camino Real distinguí un rumor en el aire, y, al volver la cabeza solo me dio tiempo a vislumbrar unos amarillentos colmillos que se acercaban a mi garganta.
El oscuro animal saciaría su sed por fin con mi sangre.
Narciso del Río