Curioso infatigable, con su primera cámara Steichen empezó a investigar y a experimentar todas
las posibilidades que podía ofrecerle: empañaba o mojaba el objetivo,
hacía vibrar la cámara, etc… La técnica del revelado pronto se le quedó
corta y también empezó a indagar en todos los nuevos campos que iba
descubriendo. A través de la fotografía fue uno de los pioneros en
recorrer el ilimitado sendero que une ciencia y arte. Ávido de belleza,
de conocer lo que estaba pasando en el mundo del arte y de ver de cerca
la obra de su admirado Rodin, en 1.900 se embarcó rumbo a Europa. París
era su destino.
En
París entra en contacto con el arte moderno y se apasiona con Picasso,
Matisse, Cèzanne… Al fin puede conocer a Rodin, que le dice que “cuando
empezamos a comprender la
naturaleza, el progreso no para jamás.” A caballo entre Europa y los Estados
Unidos, es Steichen quien introduce el arte moderno en Norteamérica. En
1.905, siendo ya un fotógrafo de renombre internacional, deja su estudio
de Nueva York para que su colega Alfred Stieglitz, que había creado la
revista Photo-Secession, abra en él la primera galería de arte dedicada
exclusivamente a la fotografía en la que fue una de las más grandes
batallas de ambos: conseguir que la fotografía se considerase arte.
En 1.908 alquiló una finca en Voulangis (Francia), donde empezó a trabajar en la que sería otra
de sus más grandes pasiones: la floricultura. Llegó a cultivar cien mil
delfinios al año porque, como él decía, “varios acres abarrotados de
delfinios constituyen un espectáculo fascinante”. Su hija recordaba que
“mi padre se pasaba el día pintando, leyendo, con las flores. Tenía que
estar allí cuando florecía cada una de ellas.” Buscador incansable de
formas y colores, investigó con los híbridos. Hoy existen el delfinio
Steichen y el lirio híbrido “Monsieur Steichen”. Su amor por las flores
le llevó a conseguir que, en 1.936, el MOMA de Nueva York realizara la
que fue la primera y última exposición de flores como forma de arte.
La primera guerra mundial hizo que el
inquieto Steichen tomase partido de la mejor forma que él sabía:
convenciendo a las autoridades militares de la necesidad de crear un
departamento de
fotografía aérea. Aquella idea ayudó a ganar la guerra. Los franceses
le nombraron Caballero de la Legión de Honor. Más adelante, en la
segunda guerra mundial, realizó algunos de los reportajes fotográficos
más impresionantes que se han hecho jamás. También organizó exposiciones
de fotografía de guerra (Road to victory) para conseguir que los
jóvenes se alistaran. Esta sería poco después una de las facetas en las
que la fuerte personalidad de Steichen destacó más: la de comisario de
exposiciones. Su exposición “Family of man”, creada en 1.955 como una
advertencia contra la amnesia colectiva de la posguerra.
En 1.922, leyó un artículo de la revista Vanity Fair que le definía como el mejor
retratista, pero indicaba erróneamente que había abandonado
definitivamente la pintura por la fotografía. Escribió una carta al
director para corregir ese error. La respuesta fue que le ofrecieron
incorporarse a la revista como director de fotografía. Su paso por Vanity Fair y Vogue fue una auténtica revolución en
el mundo de la publicidad y la fotografía comercial a la que dedicó
tanta atención como a la artística. Muchos quisieron ver en eso que
Steichen se había vendido y que había renunciado al arte por el dinero
de la publicidad. Sin embargo él demostró que el arte y la belleza
también pueden y deben estar en la calle y no sólo en los museos.
Quizá
una de sus facetas más conocidas es la de retratista de personalidades a
las que sabía encontrar aquello que definía su esencia: Greta Garbo,
Gary Cooper, Charles Chaplin, Gloria Swanson, Walt Disney, George
Gershwin, George Bernard Shaw, Thomas Mann, H.G. Wells, Rodin o Winston
Churchill… y muchos otros hicieron cola para ser fotografiados por
Steichen. Su constante búsqueda de la belleza le llevó a diseñar un par
de pianos de cola, estampados para tejidos, vidrios para la industria,
etc… y a ser el conservador del departamento de fotografía del Museo de
Arte Moderno de Nueva York.
Steichen
fue un hombre apasionado por la magia de la belleza para el que “la
misión de la fotografía es explicarle el hombre al hombre, y cada hombre
a sí mismo”. Investigador insaciable, cuando había aprendido todo lo
que quería saber de un tema concreto se apartaba para dejar que fueran
otros los que continuasen la exploración. Para él siempre había mucho
más por explorar en la vida. A los 94 años, poco antes de morir,
Steichen seguía amando la vida y se quejaba de “todo el trabajo que
sigue sin hacer, tantas cosas que se me ocurre hacer, suficientes para
llenar la vida de otras seis personas.”