jueves, 6 de febrero de 2014

Victor Sjöström

(Silbodal, 1879 - Estocolmo, 1960) Director de cine sueco. La industria cinematográfica sueca vivió un auténtico momento de esplendor, que se hizo extensible a otros países del entorno nórdico, durante el periodo mudo. A dicho éxito internacional contribuyó poderosamente Victor David Sjöström quien, junto a su amigo Mauritz Stiller, acabó dando el salto a Hollywood y se reveló como uno de los más significativos cineastas de la historia del séptimo arte.

Aunque nacido en Suecia, Victor Sjöström tuvo sin embargo ocasión de vivir los siete primeros años de su infancia en Nueva York. Las disputas familiares y los problemas económicos marcaron esa etapa de enorme infelicidad, que pareció cambiar tras el regreso a Uppsala y su entrada en un grupo de aficionados al teatro. Pronto dio el salto hacia empresas más ambiciosas y, en 1896, alcanzó la culminación de sus objetivos al fundar una compañía teatral propia.



El cine apenas estaba por entonces iniciando sus balbuceos, por lo que durante tres lustros Sjöström fue forjándose una magnífica reputación como intérprete y director escénico, hasta que en 1911 acabó siendo contratado por la productora Svenska Biograf. Dicha entidad, que poseía unos estudios propios en Estocolmo, aspiraba a reclutar para el cine los mejores talentos del ámbito teatral y darles oportunidades como directores e intérpretes. Entre ellos estuvo Sjöström, quien desarrolló una intensa actividad durante la década de los años diez como director de largometrajes (al ritmo absolutamente frenético de un mínimo de tres títulos al año) y como actor de comedias a las órdenes de Mauritz Stiller (juntos rodaron siete películas entre 1912 y 1914).


Su interés por la naturaleza le llevó a reflejar la espectacularidad de los paisajes y los condicionantes climatológicos con la mayor intensidad posible. Lluvia, hielo, viento y nieve quedarán expuestos ante el espectador con toda su violencia y fuerza poderosa, capaz de trastornar psicológicamente a las personas y modificar sus costumbres. En ese sentido, una de las obras cumbres de este período fue La voz de los antepasados/El amanecer del amor (1918), adaptación de la obra literaria de Selma Lagerlöf -que décadas después retomará Bille August en Jerusalén (1995)-, donde Sjöström narró la odisea de un grupo de fanáticos religiosos en busca del Paraíso y que tuvo una excelente secuela en El camino de Dios (1919).

Pero la película que acabó lanzándole a la fama internacional fue La carreta fantasma (1920), una magistral mezcla de elementos sobrenaturales, crítica social y efectos fotográficos especiales. Basada en la novela de Selma Lagerlöf, supo utilizar las sobreimpresiones múltiples para crear un clima épico donde se enlazaban los tormentos emocionales y el universo onírico de los sueños.

 Juicio de Dios/Arcilla mortal (1921), cuyo acabado técnico fue unánimemente alabado por los especialistas, le abrió por su parte de forma definitiva las puertas de Hollywood, adonde se trasladó en 1923 contratado por la Metro Goldwyn Mayer.



Tras modificar su apellido a efectos profesionales por el más accesible de Victor Seastrom, inició su carrera en Estados Unidos con Nombre al culpable (1924). Dirigió nueve largometrajes en apenas seis años de estancia en Hollywood, casi todos ellos muy distintos a lo que había hecho hasta entonces en Suecia. Con todo, hubo al menos dos títulos en los que tuvo ocasión de plasmar su indudable talento para la epopeya histórica: Amor de padre (1925), basada en una novela histórica de Selma Lagerlof e interpretada por la inusual pareja formada por Lon Chaney y Norma Shearer; y La mujer marcada (1926), con Lillian Gish y Lars Hanson, según la obra clásica de Nathaniel Hawthorne La letra escarlata.


Ahora bien, el largometraje que cimentó su prestigio y que todavía en la actualidad se considera una de las obras maestras absolutas del cine fue El viento (1928), de nuevo con Lillian Gish y Lars Hanson. La historia de una muchacha de Kentucky forzada a casarse contra su voluntad y a emigrar hasta un rincón perdido de Texas en donde el viento sopla con enorme violencia le sirvió al director para regresar a su querido universo de personajes que acaban incluso enloqueciendo por el enfrentamiento con la naturaleza.


En 1931, consumada ya la aparición del cine sonoro, Sjöström regresó a Suecia para seguir su trayectoria profesional, pero nada volvería a ser como antes: las dificultades cada vez mayores para encontrar productores solventes le hicieron replantearse su carrera y reanudar una casi olvidada faceta de actor. Gustav Molander, Arne Mattson e Ingmar Bergman le ofrecieron diversas oportunidades de lucimiento interpretativo en películas como Fresas salvajes (1957), al tiempo que la Svensk Filmiindustri le contrató entre 1943 y 1949 para el cargo técnico de director de sus estudios.


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