El tema de la brujería en Goya tuvo un importante desarrollo. Desde su llegada a Madrid en 1774 Goya se relacionó con el grupo de ilustrados de la "villa y corte" y compartió plenamente sus ideas renovadoras. Entabló una gran amistad con Leandro Fernández de Moratín quien en la última década del siglo XVIII empezó a preparar la edición crítica de la relación del proceso de las brujas de Zugarramurdi editada en Logroño en 1611. Esa obra —que acabó publicándose en 1811— ejerció una enorme influencia en la visión de la brujería que Goya plasmó en sus cuadros y grabados, con la finalidad de "desterrar vulgaridades perjudiciales". Así Goya "traduce al óleo y aguafuerte la satirización de brujas que sus contertulios vierten en libros, almanaques y comedias".
Vuelo de brujas (1797) de Francisco de Goya (Museo del Prado)
Julio Caro Baroja también ha destacado la influencia que seguramente tuvo en Goya la edición crítica que hizo su amigo Moratín , "Goya dio un paso más adelante que Moratín" ya que "intuyó algo que hoy día vemos claro, a saber: que el problema de la Brujería no se aclara a la luz de puros análisis racionalistas... sino que hay que analizar seriamente los oscuros estados de conciencia de brujos y embrujados para llegar más allá". Así Goya "nos dejó unas imágenes de tal fuerza que en vez de producir risa nos producen terror, pánico".
Goya pintó a finales del siglo XVIII una serie de seis pequeños cuadros sobre brujerías para el gabinete de la duquesa de Osuna en la finca llamada El Capricho: Vuelo de brujas (
Museo del Prado); El conjuro y El aquelarre (Museo Lázaro Galdiano); La cocina de los brujos (colección privada, México), El hechizado por la fuerza (National Gallery de Londres) y El convidado de piedra (hoy en paradero desconocido).
El hechizado por la fuerza de Francisco de Goya (National Gallery)
El Aquelarre, de Francisco Goya (Museo Lázaro Galdiano, Madrid).
Alrededor de una cuarta parte de la colección de grabados de Los Caprichos está dedicada a la brujería, "cuyos subtítulos reproducen a veces lemas de los ilustrados o condensaciones populares recogidas por aquéllos". "Goya pretende en sus Caprichos levantar la voz de la razón —idioma que espera todos entiendan— para exponer la miseria de la credulidad y desterrar la crasa ignorancia de la mente humana esclava del instinto, del interés del egoísmo". Por eso para Goya, como para Moratín y el resto de ilustrados, "la brujería es vieja, fea, celestinesca, repugnante e hipócrita. En las caras brujeriles violentamente retorcidas, en sus repulsivas y desgarradas muecas, en sus deformes bocas abiertas y expresiones infrahumanas adivinamos al agente de Satán", afirma Carmelo Lisón.
El Aquelarre, de Francisco de Goya
El Aquelarre, pintura negra de Francisco de Goya. Según Julio Caro Baroja "es el símbolo más perfecto de una sociedad fea y bestial, dominada por crímenes y violencias de todas clases". Según Carmelo Lisón Tolosana esta pintura "es la composición satánica [de Goya] más impresionante: en nocturna asamblea preside el terrible, inquietante y poderoso Gran Cabrón a una masa de viejas brujas con caras embrutecidas, delirantes, alucinadas, con ojos desorbitados y bocas torcidas. Las acalaveradas cabezas, las posturas atentas y las admiradoras fauces entreabiertas escuchando a la espeluznante mancha negra que es el Gran Cabrón, cornudo y barbudo, contrastan con la damisela aprendiza, tocada de mantilla, joven y bien formada, atenta y atractiva que contempla, separada pero sin inmutarse, tan satánica escena. Genial pintura negra tan fantástica como monstruosa, en la que Goya toca techo humano: el embrutecimiento de seres racionales por un extremo y su satanización por otro. El problema de la brujería sobrepasa nuestra capacidad racional. El Gran Cabrón y el aquelarre afirman con su nocturnidad macabra el triunfo de la irracionalidad, la persistencia del Mal".
Dos viejos comiendo sopa, pintura negra de Francisco de Goya.
Fuentes;