Contemporáneo y amigo de Velázquez, Zurbarán destacó en la pintura religiosa, en la que su arte revela una gran fuerza visual y un profundo misticismo. Fue un artista representativo de la Contrarreforma. Influido en sus comienzos por Caravaggio, su estilo fue evolucionando para aproximarse a los maestros manieristas italianos. Sus representaciones se alejan del realismo de Velázquez y sus composiciones se caracterizan por un modelado claroscuro con tonos más ácidos.
Francisco de Zurbarán nació el 7 de noviembre de 1598 en Fuente de Cantos (Badajoz). Sus padres fueron Luis de Zurbarán, comerciante acomodado, e Isabel Márquez.
Otros dos importantes pintores del Siglo de Oro nacerían poco después: Velázquez (1599-1660) y Alonso Cano (1601-1667).
En 1622 era ya un pintor reconocido, por lo que fue contratado para pintar un retablo para una iglesia de su ciudad natal.
Nominándose a sí mismo como «maestro pintor de la ciudad de Sevilla», Zurbarán despertó los celos de algunos pintores como Alonso Cano, a quien Zurbarán desdeñó. Se negó a pasar los exámenes que le darían derecho a utilizar este título, pues consideraba que su obra y el reconocimiento de los grandes tenían más valor que el de algunos miembros, más o menos amargados, de la corporación de los pintores. Le llovían los encargos de las familias nobles y para los grandes conventos que los mecenas andaluces protegían, como los de los jesuitas.
En 1634 efectuó un viaje a Madrid. Su estancia en la capital resultó determinante para su evolución pictórica. Se encontró con su amigo Diego Velázquez, con el que analizó y meditó sobre sus obras. Pudo contemplar las obras de los pintores italianos que trabajaban en la corte de España. Zurbarán renunció, desde ese momento, al tenebrismo de sus inicios, así como a las veleidades caravagistas. Sus cielos se hicieron más claros y los tonos menos contrastados.
Sevilla era uno de los grandes puertos europeos que vivía del comercio con las Américas. Los galeones llegaban cargados de oro y zarpaban con las bodegas llenas de productos españoles (entre otras cosas, obras de arte). Zurbarán empezó a producir pinturas religiosas para el mercado americano (en ocasiones, series de santos de diez y más obras). Ejemplo excepcional de la producción de Zurbarán para América es la serie de doce cuadros Las tribus de Israel, actualmente en Auckland, en el condado de Durham (Inglaterra); se supone que no llegaron a su destino por un ataque pirata.
Hacia 1636, Zurbarán intensificó la exportación a América del Sur. En 1647, un convento peruano le encargó treinta y ocho pinturas, veinticuatro de las cuales tenían que ser de Vírgenes a tamaño natural. En el mercado americano puso en venta, asimismo, algunos cuadros profanos, lo que le compensó de la disminución de la clientela andaluza, de la que otro pintor sevillano Murillo sería también víctima, y lo que explicaría, a su vez, la marcha de Alonso Cano a Madrid.
Los encargos que tenía Zurbarán eran muchos, y de ellos da cuenta un contrato encontrado según el cual Zurbarán vendió a Buenos Aires quince vírgenes mártires, quince reyes y hombres célebres, veinticuatro santos y patriarcas (todos ellos a tamaño natural) y también nueve paisajes holandeses. Zurbarán podía permitirse el mantener un taller importante con aprendices y asistentes. Su hijo Juan, conocido por ser un buen pintor de bodegones (escenas de cocina, mercados y naturalezas muertas), trabajó probablemente para su padre.
El 27 de agosto de 1664 Francisco de Zurbarán murió en Madrid2
También destacó en las naturalezas muertas dando prueba del cuidado respetuoso (casi afectuoso) que ponía en el trato de los objetos modestos, dotados, no obstante, de un valor simbólico.
Su aprecio creció después de su fallecimiento y su renombre traspasó las fronteras de España. El hermano menor de Napoleón, el impopular José Bonaparte, al que los españoles llamaban, compasivamente, el rey intruso o, desdeñosamente, Pepe botellas, hizo enviar a París, para el Museo Napoleón, algunas de las obras mayores de Zurbarán. Muchos generales del Imperio, e incluso el mariscal Soult se llevaron varios de esos cuadros sacados de Sevilla tras el cierre de los conventos.
Christian Zervos (1889-1970), que fue director de los Cahiers d'art (Cuadernos de Arte) y un gran conocedor de la pintura de su tiempo —así como del Arte griego y del Arte prehistórico—, editor de un catálogo razonado de la obra de Pablo Picasso, reconoce que hay que atribuir a Zurbarán un lugar preponderante en el arte español:
«Exceptuando al El Greco, y quizá también a Velázquez, que es igual, sino superior, Zurbarán superó a todos los demás pintores españoles. Además su obra tiene mucha relación con las tendencias actuales de la pintura. Sin embargo su obra no es conocida ni apreciada en su justa medida, (…). La característica de la obra de Zurbarán es la de mostrar todo aquello que la pintura puede ofrecer respecto a la realidad humana, (…). Zurbarán presenta a sus santos y a sus monjes en la vida psíquica más concisa, pero a la vez más atormentada por las graves inquietudes espirituales provocadas por el deseo de aproximarse a Dios. No expresa, en sus cuadros, ningún sentimiento terrible. La muerte no tiene, para él, nada de espantoso.»
Como todos los maestros, Zurbarán, no da la impresión de haberse conformado y limitado a las exigencias requeridas por los encargos. Los artistas de segundo orden dicen, alto y claro, que el genio reposa en la libertad de expresión y que ser libre es no obedecer a nadie. Lamentable explicación de la libertad que condena, de hecho, a ser el servidor de sus deseos, de sus pasiones e, incluso, de sus pulsiones. A todo esto hay que oponer el genio de un Zurbarán para el que la libertad real consiste en trascender las prohibiciones, las reglas (sin desdeñarlas), y transformar toda exigencia en la ocasión propicia para crear una obra maestra. Esta actitud de no esclavizarse a las reglas (esclavitud a la que se atienen los espíritus mediocres) es el germen de la creación.
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