sábado, 28 de enero de 2017
Dr. Faustus
La trágica historia del doctor Fausto, traducida también simplemente como Doctor Fausto, es una obra de teatro escrita por Christopher Marlowe, basada en la leyenda de Fausto, en la que un hombre vende su alma al diablo para conseguir poder y conocimiento. Puede interpretarse como una metáfora del hombre que elige lo material a lo espiritual, por lo que pierde su alma. El Fausto de Marlowe fue publicado en 1604, once años después de la muerte de Marlowe y doce después de su primera representación. No se guarda ningún manuscrito original, pero existen dos textos tempranos, uno de 1604 y otro de 1616.
La obra trata la historia de Fausto, doctor en teología, que en su búsqueda del conocimiento decide vender su alma al Diablo para conseguir los favores de uno de sus siervos, el demonio Mefistófeles. Consta de un prólogo, trece escenas y un epílogo. Está escrita principalmente en verso blanco , aunque también hay breves trozos en prosa.
Christopher Marlowe
(1564-1593) nació en Canterbury. Era hijo de un zapatero, pero fue educado en King’s School, en Canterbury, una de las escuelas más prestigiosas, con una beca, y allí ya dio muestras de su inteligencia, por lo que más tarde fue enviado a Cambridge University, nuevamente becado. Allí se graduó con un título de Bachelor of Arts (1584) y, poco después, con el diploma de Master of Arts (1587). Pero su trayectoria universitaria no fue brillante ni él manifestó inclinación hacia el sacerdocio, que era la salida habitual de muchos jóvenes sin recursos de su misma condición social.
Los hechos de la vida de Marlowe no son enteramente conocidos. Hay muchas leyendas e historias sobre su violencia, su criminalidad, su interés en la magia negra, su trabajo secreto para el gobierno como espía…
En Cambridge, por ejemplo, no querían darle en principio su diploma, pero las autoridades académicas cambiaron de idea cuando intervino nada menos que el Privy Council de la reina Elizabeth, donde estaban algunos de los más influyentes hombres de Inglaterra: Lord Archbishop, Lord Chancellor, Lord Treasurer. El Consejo de notables alegaba que Marlowe, que en un momento de su vida, había estado en Reims, Francia, donde había un centro para los católicos ingleses, había prestado un gran servicio a la corona por lo que debía ser recompensado. Esto ha desatado las especulaciones sobre si Marlowe había sido o no un espía al servicio de Su Majestad. Lo cierto es que, aunque el autor no habla directamente de estos asuntos en sus obras, sí que ocurre que sus personajes son siempre ambiciosos y parece que el autor conozca muy bien el mundo de las intrigas.
Los registros oficiales muestran que estuvo envuelto en una pelea callejera en 1589, en la que un hombre fue asesinado. También muestran que fue deportado desde Holanda, por su involucración en una conspiración para fabricar modeas de oro falsas. Su propia muerte es oscura: Marlowe fue asesinado con un cuchillo en una pelea en una taberna, el 30 de mayo de 1593, mientras estaba siendo investigado por el Privy Council real. Thomas Beard, en su Theatre of God’s Indulgments (1597), dice que el autor intentaba en Londres asesinar a un hombre llamado Ingram que fue más rápido que él y cuenta que en su agonía
“cursed and blasphemed to his last gasp” (“maldijo y blasfemó hasta su último suspiro”).
Francis Meres afirma que Marlowe discutió con un criado por culpa de una mujer. William Vaugham dice que el asesinato fue en Deptford, a tres millas de Londres. James Broughton investigó en la iglesia de San Nicolás, en Deptford, y descubrió que el asesino de Marlowe no era Ingram, sino un tal Francis Archer, nombre corregido en posteriores investigaciones por el de Francis Frezer. En 1925, el Dr. Leslie Hotson descubrió en el Public Records Office de Londres una entrada referente a un hombre llamado Ingram Frizer, posible asesino de Marlowe, y más tarde, descubrió un registro de perdón a nombre de Ingram Frise
“for killing a man in sel-defence”.
Siguió buscando y encontró el informe de la muerte del forense, donde decía que cuatro hombres habían pasado el día juntos en casa de una mujer llamada Elanor Bull. Los hombres eran Marlowe, Frisar, Nicholas Skeres y Robert Poley. El informe decía que Marlowe atacó a Frisar con un cuchillo, hubo una pelea y, finalmente, Frisar mató con ese cuchillo a su oponente.
Después de su muerte, el que una vez fuera su amigo, el dramaturgo Thomas Kyd (1558-1594), lo denunció como ateo y blasfemo. Los dos habían compartido alojamientos en Londres. Kyd dijo que Marlowe ridiculizaba con frecuencia a la cristiandad y que era un activo miembro de la “School of Night”, sociedad de intelectuales y poetas, interesados en la magia negra. Hoy día, se duda de la existencia de este grupo o se defiende que se dedicaba más a discutir sobre las bases intelectuales del cristianismo y la religión que a practicar experimentos de magia negra.
La carrera literaria de Marlowe fue corta, pero intensa, e incluye obras de teatro (Tamburlaine the Great, The Jew of Malt, Edward II) y también de poesía (Doctor Faustus, Hero and Leander). Sus personajes son seres ambiciosos, poseídos por pasiones fuertes y peligrosas, aniquiladoras. Tamburlaine persigue la gloria militar y quiere ser coronado rey. Faustus está motivado por el conocimiento prohibido, oculto al común de los mortales, y por su deseo de dominar intelectualmente a los demás. Barabas, el judío de Malta, está poseído por el ansia de dinero y poder. Aunque todos los personajes acaban mal, la actitud de Marlowe hacia las ambiciones de sus personajes es ambigua. Por ejemplo, las mejores páginas de Faustus son cuando describe su pasión por el conocimiento y la dominación del otro.
La más famosa de las obras de Marlowe es, sin duda, Dr. Faustus, sobre el hombre que vendió su alma al diablo por la ambición de saberlo todo y dominarlo todo. Un tema que, luego, atrajo fuertemente al alemán Goethe, quien dedicó su vida entera a escribir su Faustus, una de las obras cumbres de la literatura universal. La leyenda del Dr. Fausto se basa en una figura real de un hombre que pasaba por ser médico y mago, con unos conocimientos que infundían miedo a los demás.
Sobre la representación de la obra, se cuenta que, en vida del autor, se representó en Exeter, en una fría noche en que había muchas antorchas alrededor del escenario. En una de las escenas salen varios demonios a las tablas y el público se quedó horrorizado con los diabólicos efectos que alli presenció. Pero lo más curioso fue que los propios actores se quedaron horrorizados cuando se dieron cuenta de que en las tablas no había cinco demonios-actores, sino seis: había un diablo de cuya procedencia nadie sabía nada. La compañía detuvo la representación y los actores se pasaron toda la noche rezando a campo abierto en los alrededores de Exeter.
En la obra de Marlowe, aparecen además del doctor, su criado Wagner; Valdes and Cornelius, estudiantes de magia que enseñan a Fausto cuanto saben; Mephistophilis, Lucifer and Beelzebuh, todas invocaciones del demonio; el Pope Adrian y the Rival Pope, Bruno; los cardenales de Francia y Padua; el rey de Hungría, Raymond; el emperador de Alemania, Carlos V; el duque de Vanholt; un ángel bueno y un ángel malo, los Siete Pecados Capitales, y los espíritus de Alejandro Magno y la amante de este, de Darío, y de Helena de Troya.
Faustus nació en Alemania, en una ciudad llamada Rhode, en la provincia de Weimar. Sus padres no eran ricos, aunque sí muy religioso. El chico siempre demostró que era inteligente y ambicioso. Fue enviado a Wittemberg University, donde se hizo una gran reputación por sus conocimientos y su habilidad oratoria. Y allí obtuvo el título de “Doctor”. Lo había aprendido todo de la Biblia, aunque también había estudiado medicina, matemáticas, astrología, brujería… Pero su éxito no apaciguaba el ansia de aventuras y conocimiento que albergaba en su interior.
Una noche, estaba mirando un libro sobre lógica aristotélica, pero se dio cuenta de que ya sabía toda la que necesitaba. Después, cogió otro libro sobre medicina y se dio cuenta de que era un saber incapaz de dar la vida a los ya difuntos o de hacer vivir para siempre a los vivos. Continuó con un libro de leyes y pensó que aquello solo servía a quienes querían hacer dinero sacándoselo a los demás. Después leyó la Biblia y entendió que todos somos pecadores, así que era inevitable que todos fuéramos a parar al infierno. Así que, finalmente, decidió consagrar su vida a la magia negra. Para ello hizo llamar a sus amigos Valdes y Cornelius, y ellos le instruyeron en las negras artes.
Un día, invoca al demonio y aparece Mefistófeles, quien finge obedecerle en todo. Fausto le dice que quiere hacer un pacto con el demonio: 24 años de saber total y poder absoluto a cambio de su propia alma, una vez cumplido el plazo. El pacto lo firma Fausto con su propia sangre. Durante años, goza de privilegios que ningún otro mortal podía tener: es rico, famoso, tiene todas las mujeres que quiere, Mefistófeles le provee de todo cuanto necesita, incluso le facilita a Helena de Troya, a la que hace volver del mundo de los espíritus, y se goza con las concubinas del harén del gran sultán turco. Es un gran astrólogo, sus horóscopos siempre aciertan, sus estudiantes se quedan atónitos con sus saberes y la forma prodigiosa en que hace aparecer imágenes en sus clases, visita las estrellas, conoce los infiernos y los cielos…
Pero el sabio Fausto no puede, a pesar de su gran conocimiento, alterar el límite temporal de los 24 años del contrato. Finalmente, reconoce la locura de su camino, se vuelve melancólico sabiendo que va a condenarse. Cuando vence el plazo, se produce una gran tormenta, gritos aterradores de Fausto y, cuando sus alumnos entran a ver qué ha ocurrido en la habitación donde estaba su profesor, se encuentran el cuerpo troceado por los demonios. Trozos de cerebro en los muros, un ojo por aquí, un miembro por allá. Una muerte horrible.
Las Musas
MUSAS, hijas de la Memoria. Mnemósine, la Memoria, fue
hija de Urano y de Gea, Cielo y Tierra, y hermana, por lo tanto,
de las potencias divinas primigenias del universo. Tuvo por
compañeras a Metis y Temis (Inteligencia y Ordenación), deidades
que personifican unos poderes esenciales del ordenamiento
cósmico que luego Zeus tuvo que apropiarse por varios
medios (ya tomándolas por esposas, o tragándose a Metis) para
instaurar de modo firme su dominio sobre el Olimpo y el mundo.
De los encuentros amorosos del padre de los dioses y de la
prolífica Mnemósine nacieron las nueve Musas en un parto
múltiple. Estas diosas, danzantes y cantarínas, manifiestan el
anhelo expresivo de la memoriosa madre, y en los cantos corales
de las nueve hermanas cobra voz su abismal silencio y su benevolente
apertura a las figuras del universo, atenta a los seres
del pasado y del presente. Albergada en el harén olímpico,
Mnemósine participa de la creación a través de sus hijas, que,
como parleras, rumorosas ninfas, filantrópicas y veloces, transmiten
un saber que viene de ella, la primigenia Memoria, fuente
profunda y perenne del saber.
Al contar las uniones amorosas de Zeus —en la Teogonia,
w 886 y ss.— Hesíodo presenta a Mnemósine como la quinta
esposa del Crónida. Antes el dios tuvo relaciones con Metis, Temis,
Eurínome y Deméter. Después de nueve noches de amor
con Mnemósine, se unió a Leto y a Hera, su legítima y definitiva
esposa en el marco del olimpo celeste. De los vástagos nacidos
de todas esas uniones informa Hesíodo puntualmente.
Recordaremos sólo la descendencia habida en los primeros
encuentros. La brillante Temis dio a luz a las tres Horas (Eunomía,
Dike y Eirene) y a las Moiras (Cloto, Láquesis y Atropo).
La oceáníde Eurínome parió a las tres Cárites o Gracias (Aglaya,
Eufrósine y Talía). Mnemósine, más prolífica, «a las nueve
Musas de dorada frente a las que encantan las fiestas y el deleite
del canto». Como se ve, es una descendencia toda femenina
y poco individualizada, dispuesta en grupos de tres o tres veces
tres. Temis, Eurínome y Mnemósine articulan aspectos fundamentales
y amables del mundo; las Horas, las Gracias y las Musas
personifican facetas divinas del orden cósmico.
En ese trío de madres aurórales, Mnemósine es la última en
el tiempo. Tras las Horas y las Moiras y las Gracias vienen las
Musas, que completan así el esplendor del despliegue ordenado
del mundo. Con la aparición de las Musas culmina el proceso
de la creación primordial y cobra con ellas música el mundo,
una festiva y eterna sonoridad, un fulgor de la bella armonía;
en las Musas la Memoria cósmica se hace canción.
Memoriosas y sonoras, ellas fundan la comunicación de lo
divino con los humanos, gracias a la inspiración que llega a los
poetas. Son potencias intermedias entre el fondo abismal donde
se configura lo divino y la efímera conciencia de los hombres.
En su canto se revela la victoria sobre el olvido. Ellas fundan lo
verdadero, lo no olvidado, lo a-lethés. El canto (aoidé) y la melodía
(molpé) cobra sentido gracias a las Musas y así se irradia
al mundo el saber de su augusta madre, la Memoria, que da trabazón
y sentido al universo. Mnemósine es como la fuente de la
que manan los nueve chorros canoros, y las nueve hermanas
son un coro grácil y lúdico que expresa gozosamente la potencia
mítica de la memoria.
Ellas transmiten el conocimiento de lo eterno y, a la vez,
dan la alegría de las rítmicas voces musicales. Para los dioses
y para los hombres propagan la euforia de los bellos relatos y
descubren el placer del canto y la palabra resonante e imperecedera.
Dan sus habituales conciertos corales en el Olimpo
—y se acogen a las órdenes de Apolo como Musageta acatando
la dirección del dios liróforo—, pero otras veces descienden
a la tierra, a ciertas comarcas de su predilección, como la zona
de Pieria, en Tesalia, no lejos del escarpado monte Olimpo, o el
boscoso Helicón, en Beoda.
Allí fue donde se aparecieron un buen día al poeta Hesíodo
—según él mismo cuenta en el comienzo de la Teogonia—
mientras guardaba su rebaño. Entonces le regalaron como cetro
una vara de laurel y le encomendaron componer su poema
sobre el origen de los dioses, después de advertirle con aquellas
enigmáticas palabras: «Sabemos decir muchas mentiras con
apariencia de verdades y sabemos, cuando queremos, revelarla
verdad» (Teogonia, 28-29).
Concluye Hesíodo su invocación prelimiar a las Musas
dando los nombres de «las nueve hijas del poderoso Zeus:
Clio, Euterpe, Talía, Melpómene, Terpsícore, Erato, Polimnia,
Urania y Calíope». Es decir: La que ofrece gloria, la muy placentera,
la festiva, la melodiosa, la que deleita en la danza, la
amable, la de muchos himnos, la celestial y la de bella voz. Algunos
comentaristas piensan que Hesíodo se inventó esos
nombres que representan aspectos varios de la creación poética.
Otros creen que los toma de una tradición anterior. En el
famoso vaso François están ya pintadas las nueve con esos
nombres de la lista de Hesíodo (con sólo una variante mínima:
dice «Stesícore» en vez de «Terpsícore»). El célebre vaso del
Museo de Florencia suele datarse hacia el 470 a. de C., y atestigua
que, algo más de un siglo después de Hesíodo, su catálogo
era bien conocido. Como en la Teogonia, también aquí Calíope
—«la de bella voz», que asiste a los venerables reyes, según Hesíodo,
y que tuvo amores con Apolo y fue madre de las Sirenas,
según otros— ocupa un lugar de honor en el cortejo. Es la primera
en la pintura cerámica y la última en el poema. (Terpsícore,
que falta en la inscripción del vaso, está citada por Píndaro
—en su ístmica Π, 7—, y por Platón —en el Fedro, 259c—.)
Hesíodo cuenta de las musas que Mnemósine las dio a luz
«como olvido de males y remedio de preocupaciones» (v. 55).
Es muy interesante esa referencia a que las hijas de la Memoria
ofrecen también un olvido de los males. Un olvido (lesmosyne·,
«olvido», es un término antiguo, de la misma raíz y significado
que léthe, pero que hace juego con el opuesto de mnemosyne,
«memoria») que viene, sin duda, como efecto de las voces de
las Musas que, al recordar y cantar ciertos hechos, pueden tapar
otros desagradables, o tal vez de que también son capaces
de forjar bellas mentiras. El poeta quiere así recordar que la
música y la palabra poética pueden ser fuente de placer y remedio
contra el dolor. La rememoración que las Musas patrocinan
no reproduce sin más el pasado (y acaso el presente y el futuro),
sino que lo recrea placenteramente. A través de ellas
Mnemósine no espejea, sino que aclara, ilumina y colorea, en el
recuerdo y el recuento, la realidad.
La invocación a las Musas, o a la Musa, en singular, es un
tópico de la tradición poética griega ya desde Homero. Cuando
se dirige a la Musa, en singular, como en el primer verso de
la litada y de la Odisea, el poeta acude a la divinidad para que le
apronte los recuerdos de los hechos famosos que canta, y que
la Musa sea su garantía de veracidad.
Hesíodo es el primer poeta que nos da los
nombres de las ilustres nueve musas (aunque hubo otras listas
menos numerosas, de tres y de siete Musas), pero luego, ya en
época helenística se les asignó a cada una de ellas un dominio
propio dentro de la literatura. Así Calíope es la de la poesía
épica, Clío la de la historia, Erato la de la lírica amorosa y coral,
Euterpe la de la música de flauta, Melpómene la de la tragedia,
Polimnia la de la pantomima, Talía la de la comedia, Terpsícore
la de la danza y Urania la de la astronomía. E incluso se asignaron
emblemas diversos a cada una de ellas. Pero todo eso son
ya divertimentos eruditos.
(Sobre la genealogía de las Musas hay en otros textos antiguos
algunas variantes, así como sobre su número, pero importa
sobre todo señalar su importante función en la poesía y en
la concepción de la inspiración poética que a través de sus figuras
conecta al cantor con un saber divino. Más tarde la invocación
de la Musa en los poemas clasicistas fue ya un mero cliché,
pero en sus orígenes resulta revelador de la creencia religiosa
—que todavía está viva en un poeta clásico como Píndaro—
sobre el saber divino que transmite el mito y el fundamento
divino de la poesía.)
Carlos García Gual
Diccionario de mitos
hija de Urano y de Gea, Cielo y Tierra, y hermana, por lo tanto,
de las potencias divinas primigenias del universo. Tuvo por
compañeras a Metis y Temis (Inteligencia y Ordenación), deidades
que personifican unos poderes esenciales del ordenamiento
cósmico que luego Zeus tuvo que apropiarse por varios
medios (ya tomándolas por esposas, o tragándose a Metis) para
instaurar de modo firme su dominio sobre el Olimpo y el mundo.
De los encuentros amorosos del padre de los dioses y de la
prolífica Mnemósine nacieron las nueve Musas en un parto
múltiple. Estas diosas, danzantes y cantarínas, manifiestan el
anhelo expresivo de la memoriosa madre, y en los cantos corales
de las nueve hermanas cobra voz su abismal silencio y su benevolente
apertura a las figuras del universo, atenta a los seres
del pasado y del presente. Albergada en el harén olímpico,
Mnemósine participa de la creación a través de sus hijas, que,
como parleras, rumorosas ninfas, filantrópicas y veloces, transmiten
un saber que viene de ella, la primigenia Memoria, fuente
profunda y perenne del saber.
Al contar las uniones amorosas de Zeus —en la Teogonia,
w 886 y ss.— Hesíodo presenta a Mnemósine como la quinta
esposa del Crónida. Antes el dios tuvo relaciones con Metis, Temis,
Eurínome y Deméter. Después de nueve noches de amor
con Mnemósine, se unió a Leto y a Hera, su legítima y definitiva
esposa en el marco del olimpo celeste. De los vástagos nacidos
de todas esas uniones informa Hesíodo puntualmente.
Recordaremos sólo la descendencia habida en los primeros
encuentros. La brillante Temis dio a luz a las tres Horas (Eunomía,
Dike y Eirene) y a las Moiras (Cloto, Láquesis y Atropo).
La oceáníde Eurínome parió a las tres Cárites o Gracias (Aglaya,
Eufrósine y Talía). Mnemósine, más prolífica, «a las nueve
Musas de dorada frente a las que encantan las fiestas y el deleite
del canto». Como se ve, es una descendencia toda femenina
y poco individualizada, dispuesta en grupos de tres o tres veces
tres. Temis, Eurínome y Mnemósine articulan aspectos fundamentales
y amables del mundo; las Horas, las Gracias y las Musas
personifican facetas divinas del orden cósmico.
En ese trío de madres aurórales, Mnemósine es la última en
el tiempo. Tras las Horas y las Moiras y las Gracias vienen las
Musas, que completan así el esplendor del despliegue ordenado
del mundo. Con la aparición de las Musas culmina el proceso
de la creación primordial y cobra con ellas música el mundo,
una festiva y eterna sonoridad, un fulgor de la bella armonía;
en las Musas la Memoria cósmica se hace canción.
Memoriosas y sonoras, ellas fundan la comunicación de lo
divino con los humanos, gracias a la inspiración que llega a los
poetas. Son potencias intermedias entre el fondo abismal donde
se configura lo divino y la efímera conciencia de los hombres.
En su canto se revela la victoria sobre el olvido. Ellas fundan lo
verdadero, lo no olvidado, lo a-lethés. El canto (aoidé) y la melodía
(molpé) cobra sentido gracias a las Musas y así se irradia
al mundo el saber de su augusta madre, la Memoria, que da trabazón
y sentido al universo. Mnemósine es como la fuente de la
que manan los nueve chorros canoros, y las nueve hermanas
son un coro grácil y lúdico que expresa gozosamente la potencia
mítica de la memoria.
Ellas transmiten el conocimiento de lo eterno y, a la vez,
dan la alegría de las rítmicas voces musicales. Para los dioses
y para los hombres propagan la euforia de los bellos relatos y
descubren el placer del canto y la palabra resonante e imperecedera.
Dan sus habituales conciertos corales en el Olimpo
—y se acogen a las órdenes de Apolo como Musageta acatando
la dirección del dios liróforo—, pero otras veces descienden
a la tierra, a ciertas comarcas de su predilección, como la zona
de Pieria, en Tesalia, no lejos del escarpado monte Olimpo, o el
boscoso Helicón, en Beoda.
Allí fue donde se aparecieron un buen día al poeta Hesíodo
—según él mismo cuenta en el comienzo de la Teogonia—
mientras guardaba su rebaño. Entonces le regalaron como cetro
una vara de laurel y le encomendaron componer su poema
sobre el origen de los dioses, después de advertirle con aquellas
enigmáticas palabras: «Sabemos decir muchas mentiras con
apariencia de verdades y sabemos, cuando queremos, revelarla
verdad» (Teogonia, 28-29).
Concluye Hesíodo su invocación prelimiar a las Musas
dando los nombres de «las nueve hijas del poderoso Zeus:
Clio, Euterpe, Talía, Melpómene, Terpsícore, Erato, Polimnia,
Urania y Calíope». Es decir: La que ofrece gloria, la muy placentera,
la festiva, la melodiosa, la que deleita en la danza, la
amable, la de muchos himnos, la celestial y la de bella voz. Algunos
comentaristas piensan que Hesíodo se inventó esos
nombres que representan aspectos varios de la creación poética.
Otros creen que los toma de una tradición anterior. En el
famoso vaso François están ya pintadas las nueve con esos
nombres de la lista de Hesíodo (con sólo una variante mínima:
dice «Stesícore» en vez de «Terpsícore»). El célebre vaso del
Museo de Florencia suele datarse hacia el 470 a. de C., y atestigua
que, algo más de un siglo después de Hesíodo, su catálogo
era bien conocido. Como en la Teogonia, también aquí Calíope
—«la de bella voz», que asiste a los venerables reyes, según Hesíodo,
y que tuvo amores con Apolo y fue madre de las Sirenas,
según otros— ocupa un lugar de honor en el cortejo. Es la primera
en la pintura cerámica y la última en el poema. (Terpsícore,
que falta en la inscripción del vaso, está citada por Píndaro
—en su ístmica Π, 7—, y por Platón —en el Fedro, 259c—.)
Hesíodo cuenta de las musas que Mnemósine las dio a luz
«como olvido de males y remedio de preocupaciones» (v. 55).
Es muy interesante esa referencia a que las hijas de la Memoria
ofrecen también un olvido de los males. Un olvido (lesmosyne·,
«olvido», es un término antiguo, de la misma raíz y significado
que léthe, pero que hace juego con el opuesto de mnemosyne,
«memoria») que viene, sin duda, como efecto de las voces de
las Musas que, al recordar y cantar ciertos hechos, pueden tapar
otros desagradables, o tal vez de que también son capaces
de forjar bellas mentiras. El poeta quiere así recordar que la
música y la palabra poética pueden ser fuente de placer y remedio
contra el dolor. La rememoración que las Musas patrocinan
no reproduce sin más el pasado (y acaso el presente y el futuro),
sino que lo recrea placenteramente. A través de ellas
Mnemósine no espejea, sino que aclara, ilumina y colorea, en el
recuerdo y el recuento, la realidad.
La invocación a las Musas, o a la Musa, en singular, es un
tópico de la tradición poética griega ya desde Homero. Cuando
se dirige a la Musa, en singular, como en el primer verso de
la litada y de la Odisea, el poeta acude a la divinidad para que le
apronte los recuerdos de los hechos famosos que canta, y que
la Musa sea su garantía de veracidad.
Hesíodo es el primer poeta que nos da los
nombres de las ilustres nueve musas (aunque hubo otras listas
menos numerosas, de tres y de siete Musas), pero luego, ya en
época helenística se les asignó a cada una de ellas un dominio
propio dentro de la literatura. Así Calíope es la de la poesía
épica, Clío la de la historia, Erato la de la lírica amorosa y coral,
Euterpe la de la música de flauta, Melpómene la de la tragedia,
Polimnia la de la pantomima, Talía la de la comedia, Terpsícore
la de la danza y Urania la de la astronomía. E incluso se asignaron
emblemas diversos a cada una de ellas. Pero todo eso son
ya divertimentos eruditos.
(Sobre la genealogía de las Musas hay en otros textos antiguos
algunas variantes, así como sobre su número, pero importa
sobre todo señalar su importante función en la poesía y en
la concepción de la inspiración poética que a través de sus figuras
conecta al cantor con un saber divino. Más tarde la invocación
de la Musa en los poemas clasicistas fue ya un mero cliché,
pero en sus orígenes resulta revelador de la creencia religiosa
—que todavía está viva en un poeta clásico como Píndaro—
sobre el saber divino que transmite el mito y el fundamento
divino de la poesía.)
Carlos García Gual
Diccionario de mitos